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martes, 23 de febrero de 2010

Campaña de Iturbide en Michoacán.


Tarde tuvo noticia el gobierno virreinal de la Constitución decretada por el Congreso y promulgada en Apatzingán en octubre de 1814, y aunque al principio la vio con alto desprecio, muy luego comprendió el alcance y gravedad que pudiera tener un documento expedido precisamente al mismo tiempo que en México se celebraban fiestas suntuosas por la vuelta del monarca al trono y por la supresión del código político de 1812. No se ocultó a Calleja ni a sus consejeros que con este paso la revolución se alzaba moralmente a gran altura, en tanto que bajaba la causa de la monarquía en opinión de amigos y enemigos, pues que la caída de Constitución española había contristado a gran parte de la sociedad, contándose en primer lugar el comercio, que ejercía notable influencia en la colonia y que fue al principio de la guerra robusto apoyo de la dominación.

Para condenar con más estrépito el acto del Congreso, y evitar en lo posible el examen que se intentase hacer de un documento que comprendía en mucha parte los grandes principios políticos adoptados por el código de Cádiz, pasó Calleja a consulta del Real Acuerdo la ley Constitucional de Apatzingán y otros papeles que le habían enviado varios comandantes militares.

No se hizo esperar el dictamen de la Audiencia y lo trasmitió al virrey el 17 de mayo de 1815. En consecuencia, siete días después, ese alto funcionario publicó un bando en la capital por el que mandaba que aquel mismo día se quemasen por mano del verdugo en la plaza mayor la Constitución y demás papeles que con ella había recibido, y que lo mismo se hiciese en todas las capitales de provincia.

Con aparatosa pompa se procedió el 24 de mayo, fecha del mismo bando, a quemar la ley constitucional de los independientes. Todas las fuerzas formaron en la plaza Mayor, en cuyo centro se alzaba la estatua ecuestre de Carlos IV.

La iglesia misma, a su vez se apresuró a condenar la Constitución de Apatzingán, y en un edicto publicado por el cabildo eclesiástico de México el 26 del mismo mes de mayo se imponía pena de excomunión mayor a los que la leyeran, y extendían ese castigo a los que no delatasen a las personas que conservaran en su poder algún ejemplar de la ley constitucional. Pero lo que sorprende es la ligereza o extrema pasión con que procedió el cabildo en esta vez, puesto que aseguraba que la Constitución de Apatzingán establecía la tolerancia religiosa, cuando en su primer artículo declaraba que “la religión católica, apostólica romana era la única que debía profesarse en la nación.”

El Congreso tras una permanencia de varios meses en Apatzingán, había vuelto a establecerse en Ario, e Iturbide, ambicionando la gloria de dar un golpe funesto a los independientes, pretendió y obtuvo el mando de una expedición contra aquel grupo de esforzados patriotas que formaban el centro directivo de la revolución. Calleja aprobó el plan que le propuso Iturbide y lo autorizó para ejecutarlo con absoluta independencia del brigadier Llano, causando a este jefe grandísimo disgusto con semejante providencia. Lista la expedición, y habiendo cuidado Iturbide de ocultar mañosamente su intento, salió de Irapuato el 1º de mayo de 1815 con dirección a Puruándiro, mientras que su segundo, el coronel Orrantia, marchaba desde Coeneo hacia Chimilpa, con el fin de destruir las fortificaciones que los independientes habían comenzado a levantar en ese sitio, para impedir que se retirasen a él los que huyesen de Ario.

Esperaba Iturbide que caminando día y noche las treinta y cuatro leguas (136 Km) que separan a Puruándiro de Ario, ningún aviso podría llegar a los miembros del Congreso de su rápida marcha. Sin embargo el día 4 Iturbide llegó a Zínziro, punto distante dieciocho leguas (72 Km) de aquel a que se dirigía, pero solamente le acompañaba su vanguardia, y los demás trozos en que había dividido su fuerza, extraviados muchas horas en los bosques que hubieron de atravesar, no se le reunieron hasta las dos de la mañana del 5º día de marcha.

Esta detención forzada del activo coronel realista frustró por completo sus planes y salvó a los miembros del Congreso de una muerte segura. Avisados con anticipación de algunas horas por el cura de Tingambato del riesgo que los amenazaba, resolvieron entonces separarse, lo mismo que los miembros del Tribunal de Justicia, y así divididos en pequeñas partidas, se dirigieron a Puruarán, permaneciendo hasta última hora en Ario los miembros del poder ejecutivo: Morelos, Liceaga y Cos, quienes pusieron a salvo los archivos y la imprenta y salieron en el momento de entrar en Ario las primeras avanzadas de Iturbide.

Orrantia, en tanto, marchando por Uruapan, llegó a Chimilpa y destruyó las fortificaciones allí levantadas por los insurgentes. Orrantia halló abandonado el fuerte, y después de arrasarlo por completo, continuó su marcha al pueblo de Ario, donde se reunió a Iturbide que había llegado dos días antes. Habiendo fracasado el plan de este último, no permaneció allí mucho tiempo y el 14 de mayo de 1815 salió para Pátzcuaro al frente de todas sus tropas.

Los miembros del Congreso, reunidos en Puruarán y sabedores de la salida de Iturbide, volvieron a Ario a continuar sus tareas de gobierno, mientras que los individuos que formaban el poder ejecutivo se dirigía a Huetamo con el propósito de levantar nuevas fuerzas para sostener la campaña.

Irritado Iturbide con el mal éxito de una expedición de que se prometía tantas ventajas, fue marcando sus pasos hasta Pátzcuaro con un reguero de sangre. A los fusilamientos de los pocos partidarios de la independencia que pudo aprehender en Ario (Don Manuel Valdés, Don Eligio Castro, Don Antonio Medina, Don Manuel Mendizábal, Don Manuel Castañeda y otros que no habían tomado las armas), debemos añadir los empleados de muchas haciendas que fue tocando en su regreso, los cuales no tenían más crimen que haber recibido a los insurgentes en las mismas, como si en sus manos hubiese estado el impedirles la entrada.

Al entrar Iturbide en Pátzcuaro fue aprehendido el comandante de aquella ciudad Don Bernardo Abarca. Era este un ciudadano distinguido y pacífico, a quién Cos obligó, como a otros varios, a admitir empleos en su regimiento de dragones que intento levantar allí para resguardo de la población, como los cuerpos de patriotas que se habían organizado en los pueblos ocupados por los realistas; a instancias del vecindario que a cada instante se veía invadida por las partidas de insurgentes que entraban en la ciudad y cometían todo género de desórdenes y violencias no habiendo autoridad que conservase algún orden, Abarca acepto el nombramiento de Teniente Coronel. Al aproximarse Iturbide huyeron todos los oficiales, pero el desgraciado Abarca tardó algo en hacerlo por tener que dejar a su esposa en cama, y habiendo sido capturado a la salida de la población, fue puesto inmediatamente en capilla para ser pasado por las armas. Esta ejecución fue considerada como un desquite por el mal éxito de la excursión en contra del Congreso.

Estas atroces matanzas provocaron sangrientas represalias de parte del doctor Cos quien separándose de Huetamo de sus compañeros del poder ejecutivo, se dirigió rápidamente a las inmediaciones de Pátzcuaro, y aprovechándose de la salida de Iturbide, que a mediados de junio se marchó a su cuartel general de Irapuato, se unió con las guerrillas de Vargas y del padre Carvajal que acababan de hacer prisionero al capitán realista Aval y a diez y siete soldados. Cos ordenó el fusilamiento de todos estos en el pueblo de Santa Clara para vengar la muerte de Abarca, y también mandó pasar por las armas a un jefe insurgente llamado Nájera, famoso por los tormentos que hacía sufrir a los prisioneros realistas que caían en sus manos.

De vuelta Iturbide a la intendencia de Guanajuato halló ancho campo a su actividad en la persecución de los insurgentes que habían progresado allí durante su campaña en tierras de Michoacán.